miércoles, 24 de abril de 2013

El unicornio, algunos errores y al buen tiempo Malacara



Subía muy temprano de Villanúa hacia la Trapa y reparé en que el vallado del sembrado en el Costado de Letranz era más alto de lo normal. Deduje enseguida que sería para evitar la entrada de los ciervos, frecuentes en la zona y hábiles saltadores. Un kilómetro más arriba me topaba con la prueba: una esbelta cierva posaba tranquila en mitad de la pista. Con sus grandes orejas, y su hocico alargado, su rostro me miraba de frente, mientras me ofrecía a la vista el flanco derecho del resto de su cuerpo. Bajé la marcha del coche, pero no lo detuve. En cuanto franqueé su distancia de seguridad, sus largas patas como muelles la propulsaron ágilmente hacia el desmonte y se perdió de mi vista dentro del espeso sotobosque de boj bajo los pinos royos.

Dos curvas antes de llegar al refugio de la Espata tuve mi segundo encuentro, esta vez más simpático aún. En un claro del bosque, junto a la pista, un pequeño corzo huyó del ruido de mi coche. Solo corrió unos pocos metros, y al salir de la próxima curva, allí estaba, a pocos metros de la pista, bien visible, quieto, observándome. Paré el coche, pero no el motor. El animal no se movió. Pude verlo bien, despacio. Era pequeño, el pelaje de un color gris sucio, con el aspecto andrajoso de los animales que están mudando. En su cabeza, como una antena de los antiguos móviles, sobresalía un solo cuerno de un lateral, apuntando hacia arriba y sin ramificaciones. Era el más destartalado de los unicornios que se hayan visto jamás. Pero tenía sentido del humor. Simplemente estaba esperando a ver si tenía yo ganas de sacarle una foto. Claro que las tuve, y salí del coche; abrí el maletero; abrí la mochila; saqué la funda con la cámara de fotos; la desenfundé; volví al frente del coche desde donde lo había estado observando y me dispuse a obtener mi trofeo fotográfico de la jornada. Pero ya no estaba. No sé si los unicornios se ríen, pero en ese momento en el pinar de la Trapa había uno disfrazado de corzo que me había tomado el pelo bien.

Mi intención era subir con esquís al monte Somola Bajo desde el collado de Marañán, que se ve desde el refugio de la Espata. Pero ya desde el coche ví que faltaba nieve en un buen tramo por encima del collado. Me sorprendió, pues pocos días atrás me había parecido ver esta loma bien cargada de nieve. Ese fue mi primer error. Después pensé cambiar de objetivo y seguí hasta el punto donde se toma la subida hacia Collarada. Era un objetivo más costoso, y yo quería volver pronto a casa esa mañana. Salí del coche, saqué los esquís, y cuando fui a colocar el permiso para las pistas en el salpicadero, ví que estaba caducado. Ese fue mi segundo error. Ante la posibilidad de que subiese alguna autoridad y me denunciase, opté por renunciar a la zona y marcharme hacia Astún. Una vez allí, desde el aparcamiento, ascendí por la pista paralela al barranco de Truchas hasta el punto donde hay que desviarse para subir al pico Malacara. La nieve estaba dura, y fuera de las pistas había flanqueos algo empinados. Fui a sacar las cuchillas; abrí la mochila y rebusqué, pero allí no estaban; me las había dejado en el coche. Ese fue mi tercer error.

Sin embargo, la subida fuera de la estación hasta el pico Malacara es el mejor recuerdo que tengo del día. Al pico se llega recorriendo hasta su cúspide un pequeño vallecito, inclinado arriba pero cuya pendiente se atenúa hasta llanear en su parte baja. Con algo de tensión porque podía resbalar en cualquier momento pero sin ningún peligro serio, fui llegando hasta la suave cresta. Allí me esperaba una galería de pequeñas esculturas en hielo formadas por la ventisca de sur sobre los cepellones del siso, que aguantaban sin fundirse en su helada rigidez a pesar de llevar varias horas bajo el sol. Hacia el pico de Canaurouye, la cresta era una sucesión de cornisas amenazadoras. Admiré una vez más la Canal Roya, el Anayet y todo lo demás, en una plácida mañana soleada y sin viento. Sobre la nieve compacta, lisa y dura, bajé a base de giros crujientes, en pocos minutos hasta el coche. Solo quedaba disfrutar del café con leche en Canfranc, a media mañana, y volver a casa satisfecho. Al buen tiempo, Malacara.

esculturas de hielo

 cornisas
 Canal Roya

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