lunes, 30 de diciembre de 2013

Mallo Cored, cara oeste


El domingo 29 de diciembre escalo con David en uno de los mallos pequeños de Riglos, el Cored. Esteno vía, estreno mallo y lo más importante para mí: estreno rodilla; es el primer día que me pongo a escalar desde que me operaron el menisco en julio.

Me siento raro trepando. Llevo, desde junio, más de 6 meses sin escalar; temo notar dolor en mi rodilla izquierda casi a cada movimiento. Temo desconcentrarme con este pensamiento y perder alguna presa. Por eso voy de segundo los largos verticales (los dos primeros). David va escalando poco a poco la chimenea; hace frío pero se soporta bien, ya que la escalada no exige tacto fino en los dedos. Según voy ascendiendo se me van mezclando las sensaciones: vértigo, frío, alegría, miedo. Disfruto con la chimenea, que de primero a David le ha costado un poco más, ya que es bastante  aérea si subes por fuera en X (que es como hay que hacerla) y de primero debe de dar bastante respeto.

Después de la reunión tras la chimenea me animo a seguir en punta, primero por un corto paso vertical y después ya por el espolón que se tumba y es bastante fácil; y además da el sol. Terminamos la escalada desencordándonos un poco antes de la cima y rapelando por la cara norte. Como llevamos una cuerda de 60 tenemos que hacer dos rápeles; el descuelgue intermedio está junto a una carrasca retorcida y de tronco grueso. No se ven las argollas hasta que estás a medio metro. En mi caso llego cuando solo me queda un palmo de cuerda para rapelar; el último rápel es volado, muy limpio; no así el primero, en el que es fácil soltar alguna piedra.

Volvemos a la cueva de la cara sur donde hemos dejado las mochilas, comemos y bebemos un poco y estamos de vuelta en el coche a buena hora para ir a comer a casa. No he sentido ni una molestia en toda la mañana.

Ahora estoy deshaciendo la mochila; rehago los expreses que deshice para llevar las zapatillas y la máquina de fotos; ordeno y anudo los cintajos; los mosquetones de seguridad tintinean al chocar con el gri-gri y con el reverso; guardo los hierros junto con el arnes, bien plegado, metido dentro del casco; los pies de gato lo último, aprovechando el último hueco de la caja. Ahora sí, después de varios meses, lo sé con seguridad. Sé que no voy a vender el material de escalar.




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Utopía para el Siglo XXI


Este esquema me lo he diseñado a partir de haber leido este verano la tesis de Michael Sterner "Bioenergy and renewable power methane in a 100% renewable energy systems". Se puede hacer ya, aunque es una utopía en un país como el nuestro. La clave es convertir la electricidad sobrante en gas, en la fábrica de gas renovable Para saber más:

FÁBRICA DE GAS RENOVABLE: http://www.etogas.com/en/the-challenge

Con este diseño se consigue:

- No utilizar combustibles fósiles ni energía nuclear
- No tener que comprar energía a ninguna empresa, con lo que se puede poner el precio real de coste, que en las renovables es muy bajo.
- Utilizar el poco dinero que cueste la energía en pagar a empleadxs del complejo energético local.

La inversión necesaria para un complejo de este tipo, es menor que la deuda actual de ARAMON




sábado, 2 de noviembre de 2013

Sabiduría emocional contra la estupidez política



Es el segundo mejor texto sobre el conflicto violento en Euskadi que he leído , después del “Hijo del Acordeonista” de Bernardo Atxaga. Es manifiesto, política, humanismo, equilibrado pero cercano. Tiene una equidad en la visión no escudada en el alejamiento (desde lejos es más fácil ser ecuánime) sino en el acercamiento emocional. SUBLIME. ¡Y lo ha escrito mi madre!

Para los despistados que, como yo, no sabíamos quién es Inés del Río, podéis mirar noticias de Euskadi de las últimas semanas, está en todos los periódicos: es una etarra que ha sido excarcelada recientemente.

A Ines del Rio

Hola Inés,
Bienvenida a casa.
Soy Karmele, una amatxo y amatxi donostiarra que te he conocido estos días por la foto que nos han mostrado repedidamente en la pantalla a causa del momento que estás viviendo y que tanta fuerza emocional ha despertado en las personas.
Me atrevo a ponerte estas letras porque deseo que tu vida sea desde hoy, nueva de verdad, y porque quiero mandarte mi mensaje personal, consciente de que sé muy poco de tí, pero estoy convencida de que eres persona por encima de todo lo que se te llama y se te carga en esos momentos.
Pienso que tienes un papel de extraordinaria importancia si nos das a todos el mensaje que yo espero de tus labios, de tu inteligencia y de tu corazón.
Dínos, por favor, que no deseas más sufrimiento ni propio ni ajeno.
Dinos que te gustaría pedir ser perdonada por tantos que te guardan un terrible rencor.
Dinos que quieres ser útil al entendimiento entre tus vecinos, paisanos, tipos tan diferentes y con enormes dificultades para la convivencia.
Dinos que no quieres demasiado ruido, demasiado homenaje a tu alrededor para no hacer daño a quienes estén heridos por tu recién estrenada libertad.
Dinos, Inés, que eres mujer que ama la vida y que puedes vivir de nuevo.
Un abrazo fuerte de mi parte y de tantos y tantas que creen en lo mejor de la persona que es la capacidad de recuperarse, de rehacerse y de armonizar su interior.
Hasta pronto,

Karmele Martinez . 

Carta publicada en el Diario Vasco el 1 de noviembre de 2013, día de Todos los Santos.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Poderoso caballero...

 Hoy cuelgo este reportaje porque al verlo me ha parecido importantísimo que se pueda extender el ejemplo. Siempre he creído que el dinero es el poder religioso que más nos aliena. Realmente creemos en el dinero.

Por el dinero justificamos todo. Si estamos en una conversación de amigos, discutiendo si tal comportamiento de uno u otro en el trabajo o en el puesto (por ejemplo de un funcionario) es ético; la justificación es automática: "bueno, es que se juega el sueldo". No se dice, pero se acepta: el sueldo, el dinero, es sagrado. Se lleva a no sé cuántos por delante, se aprovecha de algo injusto, se comporta de forma negligente, pero claro: "tiene que defender su salario""no tiene por qué ser un héroe".

El dinero es fe. Hace tiempo ya, un buenísimo profesor de economía me lo explicó: el dinero es fe. Existe en la medida en que se cree en él. Como Dios. De hecho se crea dinero con el crédito: Cuando el banco presta el dinero que ahorro yo (y lo presta una y otra vez), en la economía va aumentando el dinero en circulación, sin que haya ningún valor que lo respalde. Por eso, no tenemos dinero realmente en los bancos, solo tenemos la fe en que si se lo pedimos, el banco nos lo dará. Sólo la fe.

Y por dinero, al igual que por otras religiones, se mata, se muere, se traiciona, y se vende el alma al diablo. Recomiendo a todos, para que veáis el alcance de esto, que leáis el libro "La Doctrina del Shock" de Naomi Klein.

Pero hay esperanza, y mucha de ella está en este reportaje:

http://www.rtve.es/noticias/documentos-tv/reportajes/monedas-sociales/

martes, 20 de agosto de 2013

Fucking Fracking




Daniel Federicci era un agente financiero; un tiburón de Wall Street; un gángster de la banda “Los Mercados”. Esperaba audiencia junto a la puerta del despacho en la elegante sala de estilo Isabelino del palacio de Lord Worrell, un aristócrata inglés que vivía de alquilar su fantástico patrimonio arquitectónico de interés histórico-artístico. Era sábado por la mañana. El Don había alquilado para ese fin de semana todo el palacio y por ello Federicci tuvo que desplazarse hasta la campiña inglesa desde su apartamento de la 5ª avenida.

Dani Boy, como le llamaban los otros miembros de la banda Los Mercados, estaba tenso. Resonaban aún en su cabeza las palabras que el Don le había dicho un año atrás: “Dani, ya sabes que se nos ha acabado la racha de trapichear con hipotecas, cortarlas con todo tipo de productos basura (hipotecas subprime, etc.) y colocarlas a los incautos que abundan en las ciudades de Europa y USA que no saben lo que se meten. Pero no podemos tener más tiempo quieto el dinero, Dani. Tenemos que renovar la máquina de blanquear. Tienes que inventarte algo rápido y efectivo “ya”, o estarás fuera del negocio”. A Dani dos cosas le aterrorizaron aquel día: una era que sabía cómo habían salido del negocio sus antecesores; la otra (que aún daba más miedo) era la calma y la inusual amabilidad con la que le había hablado el jefe de jefes.

La puerta se abrió y la hija del Don salió vestida para jugar al polo. Ni reparó en la presencia de Federicci. Desde dentro de la sala sonó la voz ronca:

- Entra, Dani.

Entró, saludó y se sentó frente a la mesa del despacho siguiendo las indicaciones del mandamás de la organización. Éste estaba relajado y parecía de buen humor; tal vez por la reciente entrevista con su hija, pensó el Broker.

- Bueno, cuéntame - dijo el Don - ¿Qué innovación me traes?

Dani se había preparado para este momento, era su momento de triunfo, y comenzó:

- Tengo buenas noticias, Don Emilio. Afortunadamente, he encontrado otro filón para especular: el mercado de la energía. Y dentro de éste hay una mierda muy especial y que todavía no conoce el público general: el fracking. Es una basura de negocio. Hay que meter mucho dinero en maquinaria y productos químicos, energía para agujerear hasta 2.000m de profundidad, luego dinamitar la roca allí abajo y sacar el gas, gastando y contaminando millones de litros de agua. Lo bueno es que tenemos que emplear a poca gente y que podemos conseguir que no pongan pegas las ratas de oficina de las agencias de medio ambiente.

- ¿y eso?

- Les convencemos para que digan que al ser subterráneo no hay impacto medioambiental, y funciona. La verdad es que es una ruina, porque a los 5 años un pozo ya no es rentable y hay que abandonarlo. Y durante esos 5 años, es rentable sólo si conseguimos esquivar la gestión de los residuos.

- ¿Fracking? ¿Pero qué mierda me estás contando? Espero que sea una broma…

- Espere, escuche, se me ha ocurrido una estrategia: Vamos a registrar un gran número de empresas fantasma. Las vamos a poner a cotizar en bolsa, y vamos a invertir inicialmente la pasta que necesitamos menear. Vamos a hacer que crezcan las expectativas, pidiendo más y más concesiones, aunque solo sea para investigación. Si encontramos gas, nadie tendrá huevos de oponerse a que lo explotemos. Pero bueno, qué más da si llegamos a explotarlo o no. En todo caso, vamos a crear un aumento de expectativas a nivel mundial suficiente para que las acciones de nuestras empresas de fracking suban como la espuma.

Al Don se le relajó la vena del cuello y se le curvaron los labios en lo más parecido a una sonrisa de que era capaz.

- Cuando llevemos 4 o 5 años de ganancias en bolsa - prosiguió Dani - empezarán a entrar los inversores julays en nuestras empresas, y empezaremos a venderles las acciones. A medio plazo las empresas quebrarán, pero nuestro dinero ya estará fuera y se habrá multiplicado.

El Don estaba contento y Dani se relajó. Si al Don le iba bien, a él le iba bien. Sin embargo, una sombra de duda arrugó durante un instante la frente del magnate. Se inclinó hacia adelante apoyándose en la mesa, y señalando al bróker con el índice le espetó:

- Espera. ¿No tendremos problemas con las malditas leyes medioambientales?

- No señor, estamos en ello. El equipo de Joe se ha encargado de crear un lobby para ir untando a los senadores, diputados, ministros, consejeros y todo tipo de espantapájaros que se nos crucen por el camino. El bueno de Joe y su gente saben incluso convencer a muchos de ellos sin tener que llegar a untarles.

- ¡Qué hábil es el jodido Joe! – El Don se veía satisfecho.

- Fíjese, ha conseguido convencer al negro de la Casa Blanca de que ésta es la solución al problema de la energía, ja, ja, ja.

Los dos hombres rieron francamente un rato breve. Pero el poco tiempo con que el jefe le permitía explicarse había que aprovecharlo intensamente, y Dani continuó su discurso:

- Ahora está en Europa

-¿Joe?

- Sí, estamos extendiendo el número de empresas y concesiones. Le he mandado a España, a la que tenemos cogida por los huevos de la deuda. Se ha trabajado bien al Presidente, y hemos conseguido que cambien la legislación a nuestro favor. Ahora está de ronda por los gobiernos autonómicos. En cuanto le ven llegar con el maletín se les hace el culo gaseosa. Como tenemos comprado al gobierno central, todas las concesiones que pedimos intentamos que sean de varias comunidades. Estas salen adelante solas. Luego hay que trabajarse más las que dependen exclusivamente de gobiernos regionales. Algunas comunidades se nos han resistido. Los tocapelotas de ecologistas y algunos alcaldes paletos se han puesto a declarar zonas ¡Libres de Fracking! ¡ja, ja, ja! ¡Qué fácil los hemos esquivado con las concesiones para investigación! Sobre todo en las regiones con poca gente. Como en Aragón, donde a los políticos de Zaragoza se la suda tener enfadados a unos pocos miles de pueblerinos. Ya tenemos casi todo el Prepirineo y el Valle del Ebro lleno de concesiones de investigación. Las acciones están subiendo como la espuma. Espero que esté satisfecho, Don Emilio.

El Don estaba satisfecho. Las dos primeras entrevistas del día le habían dado buenas alegrías. Pero tenía que despedirse, porque había quedado a media mañana con Lord Worrell para la caza del Zorro.

- Dani, me has alegrado la mañana; te invito a venir con nosotros a cazar el zorro. ¿Aceptas?

- Gracias, señor Botín, pero tengo mucho trabajo.

- ¡Trabajas demasiado, muchacho!

Se despidieron en la mansión y Dani salió sin pérdida de tiempo en el taxi que le esperaba en la puerta. De camino al aeropuerto, repasó mentalmente los puntos clave de la reunión que le esperaba en Madrid aquella misma tarde. Tenía que dejarle unas cuantas cosas claras al ministro Soria. La nueva reforma de la ley energética de España que estaban preparando tenía que asegurar que seguirían subiendo sus acciones en las grandes compañías eléctricas, al menos durante unos pocos años más. Y por supuesto, había que hundir a aquellos bastardos que pretendían meterse por su cuenta en el negocio aprovechando el fácil acceso a las renovables.

jueves, 27 de junio de 2013

En la carretera


Salí de Caspe por la avenida de Chiprana, con “la calor”, que mantenía las aceras vacías de gente y rebosantes de luz. En las afueras del pueblo fui dejando a la izquierda, en sucesivos cruces, los desvíos a Alcañiz y a Chiprana, siguiendo siempre recto en dirección Bujaraloz.

Caminaba por el arcén, pisando de vez en cuando trocitos de cristal, alguna goma, tornillos, trozos de plástico, metal y algún envoltorio, esparcidos como notas de color sobre el monótono gris del asfalto. A los lados de la carretera alguna higuera, un hato de cañas, muchas amapolas, sisallos, escobizos, cardos marianos, y muchas otras yerbas, altas y turgentes, daban al entorno un aspecto de fértil vertedero. Más adelante, el vuelo de un águila real sobre un olivar del otro lado de la carretera, me alegró este comienzo de la ruta, en la que tenía la esperanza de hacer muchos hallazgos naturalísticos.

Empecé a sentir el ritmo lento del caminar. Todo parecía más grande. Cinco horas antes, en el autobús, los últimos cinco kilómetros de carretera desde las Playas de Chacón hasta mi destino, se me habían hecho tan cortos que solo me dio tiempo a pensar: ya estoy en Caspe. Pero andando, iba a tardar más de una hora en recorrerlos. Tuve que aplicarme la virtud que más tendría que usar durante el viaje a pie: la paciencia. Sabía que tenía que empezar muy despacio. La mochila pesaba mucho y el piso de asfalto era lo peor para mis rodillas, castigadas durante años. En los últimos tiempos había dejado de correr por problemas en estas articulaciones, y aunque tenía costumbre de andar muchas horas, nunca en mi vida lo había hecho con tanto peso a la espalda y durante tantos días. Tenía miedo de lesionarme. En este principio de la caminata, tener que abandonar el viaje por el fallo de alguna rodilla antes de lo previsto, me pareció lo más probable. En respuesta a estos pensamientos, me obligaba a caminar muy despacio, mucho más de lo que mis músculos y mi ansiedad me pedían.

La carretera bajaba ligeramente hasta una gasolinera en la que compré una botella grande de agua. Estaba en el punto más bajo de la ruta hasta el puerto de Góriz, a ciento treinta metros sobre el nivel del mar. A mi derecha, en el embalse de Mequinenza, dos pescadores sujetaban sus cañas en una pequeña barca con el motor parado, cerca de la orilla orlada de tamarices. Al fondo se divisaba el Dique de Caspe, donde estuvo la confluencia del río Guadalope con el Ebro antes de hacerse el embalse.

El Dique de Caspe evita que el agua del pantano inunde los últimos kilómetros del curso bajo del río Guadalope, que quedan por debajo de la cota máxima. En este terreno se encuentra también una parte del casco urbano de Caspe, la estación de tren y algunas carreteras. Otra obra, a tres kilómetros y medio del pueblo hacia el este, conduce el agua del río directamente al embalse, a través de un canal excavado en una colina. Así, los últimos siete kilómetros del antiguo río Guadalope hacia su confluencia con el Ebro, son en la actualidad una hondonada de doscientas veinte hectáreas sin río y sin salida de agua, que se destinan a cultivos de huerta. Siempre me he preguntado cómo sacarán el agua de lluvia, escorrentía y vertidos varios, que inevitablemente se tiene que acumular allí.

Iba con la botella de agua en la mano, bebiendo según me apetecía. Así llegué hasta el puente por el que la carretera de Caspe a Bujaraloz cruza el río Ebro. Cientos de aviones comunes volaban frenéticos alrededor, entrando y saliendo de los bajos ocultos de la carretera, que yo imaginaba repletos de nidos. El embalse estaba al máximo de su capacidad. En las aguas turbias y marrones, cada cierto tiempo, oscuras manchas se movían despacio, cerca de la superficie, y desaparecían en la profundidad poco después. Me quedé un rato observando, y al poco me sorprendió un ruidoso remolino, creando ondas a su alrededor. Eran los grandes y feos siluros, las manchas oscuras, que yo esperaba ver, pero suponía más escasos. Se atacaban unos a otros junto a los tamarices y era entonces cuando más violentamente removían el agua, que sonaba por encima de la algarabía de los pájaros. Viéndolos tan fácilmente, me impresionó imaginar la cantidad enorme de estos animales que debía de haber en todo el embalse, teniendo en cuenta lo grande que es, y que solo se veían los que estaban cerca de la superficie. Cuando terminé de cruzar el puente, miré con prismáticos a los pescadores, que a lo lejos, en la barca, seguían junto a sus cañas, rectas e inmóviles.

El aroma estepario de la ontina me llegó donde la carretera subía suavemente, junto al Cabezo de la Barca. En la bajada posterior, poco antes de abandonar la carretera, me acabé el agua de la botella. Allí, cerca de las Playas de Chacón, la pequeña chopera estaba inundada, y sobre las copas verdes de los chopos jóvenes que sobresalían del agua se posaban las aves acuáticas. A mi paso, un grupo de garzas reales realizó un corto vuelo hasta un sitio más alejado donde volver a posarse y una bandada de azulones atravesó el aire, como una escuadra de aviones de combate. Junto con éstos, gaviotas y garcetas aprovechaban aquella tarde las aguas someras y las muchas ramas bajas de la ensenada. Crucé por allí la calzada y tomé el camino ancho que enfilaba recto hacia el norte, hacia un visible cerro llamado Cabezo Valero. Muy gustosamente, me despedí del asfalto.

 Pescadores en el embalse de Mequinenza


Siluros y tamarices


Cruzando el río

martes, 25 de junio de 2013

Caspe

Me he decidido a escribir mi experiencia en la ruta de 9 días por el Meridiano de Greenwich. Mi idea es ir publicando por partes en el blog, por lo que empiezo con la primera: 




A las 12:20 del 6 de mayo de 2013 bajé del autobús en la primera parada de la línea Zaragoza – Villarreal (provincia de Castellón). Hacía un día claro y bastante caluroso, que presagiaba la llegada de la época de la cosecha, tras un principio de primavera muy lluvioso en el Valle del Ebro. Caminé hacia el centro de Caspe, buscando las calles y edificios más antiguos: recorrí la calle Santa Lucía hasta la Plaza de España, y después por la calle Mayor, llegué a la Plaza del Compromís y subí las escaleras hasta los jardines que hay entre el Castillo-Colegiata y el colegio público Compromiso de Caspe.

Me senté en un banco de piedra a la sombra de una palmera, en un extremo del jardín. Bajo las palmeras, pinos y olivos, tres niños recién salidos del colegio jugaban a fútbol, compitiendo con los chillidos de los gorriones. Cada cierto tiempo, pasaban mujeres con niños pequeños de la mano, seguramente madres que venían de recoger a sus hijos del colegio. La primera llevaba una túnica azul con rombos negros y con borde blanco en la capucha; la segunda vestía de marrón, tapada de la cabeza a los pies, con una elegante franja vertical de ajedrezado dorado que recorría todo el vestido; la tercera vestía un traje también de cuerpo entero, rojo, con discretas rayas negras y doradas. Las tres llevaban telas ligeras, limpias y de colores vivos, que a mí parecer transmitían alegría y elegancia. Pasaron también hombres (magrebíes, subsaharianos, pakistaníes) vestidos con ropas de colores claros, neutros, casi tristes. Hacía calor, y un grupo de cinco hombres se acercaron a compartir el banco conmigo, ya que era donde mejor se estaba. Tuve la sensación de que en todos los alrededores, yo era el único blanco. Estuve un rato agradable descansando en este sitio, pero ya era mediodía y decidí ir a la céntrica Plaza de España, que está frente al ayuntamiento, para comer algo típico.

Llegué a la Plaza de España, no muy grande y rodeada de árboles, de aspecto agradable. Tras echar un vistazo a los pocos bares, decidí entrar en uno cuyo rótulo decía, simplemente: Kebab. Después de un par de horas en Caspe, me pareció que aquella era la comida más popular del lugar. Además, me gusta mucho el kebab. Aunque había terraza, huyendo del sol me instalé dentro como pude, con poco sitio para mí y la mochila entre una de las pocas mesas y la máquina de bebidas. Había sillas naranjas, azulejos grises y una decoración limpia y funcional, que había sido moderna no demasiado tiempo atrás. El garito lo llevaban dos chicos jóvenes a los que más tarde se unió un hombre maduro, muy parecido a uno de ellos y que bien pudiera ser su padre. Aparecía en muchas fotos, pegadas en la pared tras la barra, abrazado con diferentes personas, aparentemente caspolinos, lo que me hizo pensar que era el dueño. También debían de ser caspolinos los tres hombres, de entre 55 y 70 años, que charlaban animadamente, en castellano, con uno de los chicos, mientras se tomaban unas cervezas y unas olivas. El Kebab de cordero, con todos los complementos (incluida la salsa de yogur) estaba buenísimo. Me lo comí con la certeza de que era la última comida “buena” que iba a probar en 3 o 4 días. Les felicité, y tras una breve conversación en la que me informaron que eran pakistaníes y dónde encontrar una zapatería para comprar chanclas, me cargué la mochila y salí del bar al sol del mediodía.

Después de comprar unas sandalias ligeras y baratas en la calle Santa Lucía me dirigí a la rotonda donde había parado el autobús unas horas antes. A esta rotonda mira un bar con amplia terraza, el bar Aragón. Como el sol pegaba muy fuerte y acababa de comer, decidí esperar un tiempo antes de ponerme en marcha y entré a tomar un café. Dentro solo había un anciano cliente de aspecto local, y una joven camarera china. Me acomodé en una mesita junto a la pared. Me tomé un café con hielo y observé detenidamente el local, mientras sonaba un grupo con cantante china, interpretando una balada pop-rock con efectos de altavoz giratorio en el sonido distorsionado de la guitarra solista. En la pared del fondo unas escaleras subían, según indicaba un cartel bilingüe (árabe y español), hacia los "servicios de uso exclusivo para los clientes". Sobre la cafetera y la estantería de las botellas había una bandera de Aragón con el logotipo de la Diputación General, y sobre ella, grandes rótulos sobre el espejo anunciaban: pizzas para tomar y llevar. Sonaban una tras otra las canciones del grupo producido por algún nostálgico de Pink Floyd. Las había tranquilas, rockeras y hasta una perrillera que me hizo pensar en el “Camela” oriental. De vez en cuando entraba y salía un camarero joven, también chino, que servía a las mesas de la terraza. El anciano cliente se cansó de jugar en la máquina tragaperras y fue relevado por otro, también anciano. Cuando salí del bar para buscar dónde conseguir agua, la canción que sonaba se podría calificar como de un estilo "Celtas Cortos", pero en chino.

Llegué a una gasolinera cercana y compré tres litros de agua. Cargué con dos litros y medio (todo lo que me cabía en las cantimploras) y me bebí allí mismo medio litro. Debía acumular toda el agua posible, porque ya no iba a tener suministro el resto del día, ni en toda la noche, ni al día siguiente, hasta que llegase a Peñalba, en mitad de los Monegros, a más de 46 kilómetros de allí. Me preparé para empezar a caminar: me puse la camiseta de sudar, preparé la gorra con la tela para el sol y empecé a embadurnarme de crema solar. Estaba en ello cuando un hombre se me acercó:

- ¡Cream, cream! – Me gritaba, haciendo ademán de frotarse los antebrazos.

Cuando llegó ante mí me pareció que era original de oriente medio, y que tenía más melanina en cada brazo que la de toda mi familia junta. Le di un poco de crema y él aprovechó el encuentro para contarme que había inmigrado pero que no encontraba trabajo, que tenía familia en Pakistán, que dormía en la calle y se duchaba en la gasolinera y, por supuesto, que necesitaba dinero. Se llamaba Eshaan, según le entendí, y estaba esperando que empezase la campaña de recogida de la fruta para trabajar como jornalero. Le di las monedas que llevaba, lo que le pareció poco, y le expliqué que iba de viaje con todo a cuestas y que llevaba dinero justo. Me miró con una cara en la que creí ver compasión, admiración y sobre todo, extrañeza. Me calé las gafas de sol, me acomodé nuevamente la mochila a la espalda, nos despedimos deseándonos suerte mutuamente, y con el bastón en la mano, comencé a caminar. Eran las 15:30, el sol seguía pegando fuerte y tenía pinta de que iba a seguir haciéndolo durante varias horas.

 Caspe: Plaza del Compromís