lunes, 30 de diciembre de 2013

Mallo Cored, cara oeste


El domingo 29 de diciembre escalo con David en uno de los mallos pequeños de Riglos, el Cored. Esteno vía, estreno mallo y lo más importante para mí: estreno rodilla; es el primer día que me pongo a escalar desde que me operaron el menisco en julio.

Me siento raro trepando. Llevo, desde junio, más de 6 meses sin escalar; temo notar dolor en mi rodilla izquierda casi a cada movimiento. Temo desconcentrarme con este pensamiento y perder alguna presa. Por eso voy de segundo los largos verticales (los dos primeros). David va escalando poco a poco la chimenea; hace frío pero se soporta bien, ya que la escalada no exige tacto fino en los dedos. Según voy ascendiendo se me van mezclando las sensaciones: vértigo, frío, alegría, miedo. Disfruto con la chimenea, que de primero a David le ha costado un poco más, ya que es bastante  aérea si subes por fuera en X (que es como hay que hacerla) y de primero debe de dar bastante respeto.

Después de la reunión tras la chimenea me animo a seguir en punta, primero por un corto paso vertical y después ya por el espolón que se tumba y es bastante fácil; y además da el sol. Terminamos la escalada desencordándonos un poco antes de la cima y rapelando por la cara norte. Como llevamos una cuerda de 60 tenemos que hacer dos rápeles; el descuelgue intermedio está junto a una carrasca retorcida y de tronco grueso. No se ven las argollas hasta que estás a medio metro. En mi caso llego cuando solo me queda un palmo de cuerda para rapelar; el último rápel es volado, muy limpio; no así el primero, en el que es fácil soltar alguna piedra.

Volvemos a la cueva de la cara sur donde hemos dejado las mochilas, comemos y bebemos un poco y estamos de vuelta en el coche a buena hora para ir a comer a casa. No he sentido ni una molestia en toda la mañana.

Ahora estoy deshaciendo la mochila; rehago los expreses que deshice para llevar las zapatillas y la máquina de fotos; ordeno y anudo los cintajos; los mosquetones de seguridad tintinean al chocar con el gri-gri y con el reverso; guardo los hierros junto con el arnes, bien plegado, metido dentro del casco; los pies de gato lo último, aprovechando el último hueco de la caja. Ahora sí, después de varios meses, lo sé con seguridad. Sé que no voy a vender el material de escalar.




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